Por Antonella Romano

Mi sonrisa es más grande, cuando me preocupo porque sean las manos del otro las que estén bonitas. Y descubro que así, mis manos son mucho más lindas también. Me olvido, que es en estas manos donde en realidad encuentro la belleza más plena. No la que se ve, sino la que se experimenta. No quiero manos bonitas, quiero manos comprometidas. O mejor… quiero manos bonitas por lo comprometidas.

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