¿Cómo es posible que en el cristianismo digamos que la imagen lo es todo?
Basta con reconocer que Dios se hace imagen en su hijo Jesús entre nosotros.
- Y si Dios se hace imagen quiere decir que se hace estética en este mundo.
El es la Imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación. (Colosenses 1,15)
- Y si Dios se hace estética quiere decir que la imagen es lo más importante, porque a través de ella Él se revela.
¿Será entonces que nosotros estamos atentos a su imagen o es que la estamos ocultando? ¿Por qué a veces nuestras comunidades no son estéticas en el anuncio del Evangelio? Cada vez que anunciamos a Jesús tenemos que tener en cuenta el lugar donde lo anunciamos y su estética; es decir, su imagen; porque en la imagen está todo. Si vamos por el desierto sedientos, no descubrimos el agua por el olfato sino por la imagen, porque hemos visto un gran caudal de agua, una laguna, un oasis. La imagen es la que nos revela la verdad, por tanto, cuando vamos al culto o cuando damos una charla sobre el evangelio, debemos estar muy atentos a la estética del lugar, a la imagen; pues es a través de la imagen donde el otro y nosotros mismos nos encontraremos con el misterio.
Jugar con la imagen y revelar una imagen tiene que ver con la imaginación. Cuando nos imaginamos en un lugar que nos hace sentir bien, donde estamos bien atendidos, donde podemos sentirnos a gusto con otras personas, es allí donde podemos escuchar un anuncio de algo misterioso, bondadoso, profundo, sanador y liberador. La imagen y la imaginación nos ayudan a dar el salto a lo numinoso, a lo misterioso, a lo sacramental, a la pura estética del Dios creador. Si Cristo es la imagen perfecta del Padre, y el espíritu Santo es el poder de esa imagen que ahora es invisible, debemos esmerarnos para imaginar y para transformar nuestros lugares en imagen perfecta de la presencia de Jesús.
Cuando vamos al cine o al teatro, todo está dispuesto desde la estética para anunciar algo, para revelarnos algo, ya sea divertido, dramático, exuberante, festivo, etc., pero lo que busca lograr es una experiencia fecunda.
Esto no se trata de hacer una espectacularización del culto, no, el culto es la imagen y la experiencia de estar abrazando y acariciando el misterio, por lo tanto, es mucho más que un espectáculo porque se trata de saborear el misterio del Dios que nos llamó a la vida, del Dios que con sus manos hizo la creación, del Dios que siendo invisible decidió hacerse visible e imagen en la carne humana de Jesucristo. Los marianistas en nuestra teología damos mucho valor a la imagen porque a través de María, mujer de carne, es que la imagen del Dios invisible se hace visible de una vez por todas en el mundo.
Si las personas disfrutan en el bar hay que hacer un anuncio en una habitación muy parecida al bar. ¿Parecida en el sentido de réplica? No, no es que debemos construir un bar sino más bien recuperar el sentido estético donde esas personas que asisten a escuchar un anuncio experimenten en carne y en espíritu la simpatía, el buen gusto, el relajo, la comodidad, y la predisposición para asimilar una gran revelación, la del amor más grande.
Cuando queremos revelarle a nuestra enamorada o enamorado que nos importa y que queremos estar con ella toda la vida, preparamos el lugar y nos preparamos a nosotros mismos para hacer de ese encuentro una fiesta inolvidable.
Del mismo modo, cuando le hablamos a las personas acerca del Dios de Jesús tenemos que transformar, primero el lugar, para que el auditorio se sienta con la capacidad de comprender lo que está sucediendo; nada más y nada menos que un Dios que nos está enamorando y conquistando. Menuda tarea la nuestra, la de los predicadores y anunciadores del Dios del Evangelio de Jesús.
No se trata de hedonismo sino del cristianismo más puro. Juan en su evangelio nos dice: «y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Juan 1,14). Hagamos de nuestros espacios pastorales y litúrgicos una imagen del Dios enamorado, festivo y sonriente.
La imagen sí que lo es todo.
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